Storyteller

¡Adéu Barcelona!

¿Está ciudad es bruja sabe usted? Se le mete a uno en la piel y le roba a uno el alma sin que uno se dé cuenta.” Perderme en el gótico en mi camino casi cotidiano a la Barceloneta fue mi pasatiempo favorito, me gustaba rozar la piedra de esos viejos callejones y sus pasajes secretos me hacían sentir en un filme de Woody Allen. Había en el aire una vibra que te invitaba a ser libre, un olor a vida, adorablemente delicioso. Vi  por allá un par de amaneceres en compañía y otros más en serena soledad, e  igual que Dalí, hubo días en que pensé que moriría de una sobredosis de satisfacción.

La bella tierra catalana me dio un par de cachetadas sino bien dadas más que merecidas, me enseñó que si que existen los imposibles pero solo si de amores hablamos. Volví a enamorarme de la vida en Barcelona, a reconquistarla, a sentir que me quiere bonito y que no es tan mal agradecida. Diez semanas me dieron amistades más caras que el oro del mundo, un hambre feroz por seguir coleccionando lecciones y esa caótica y sucia playa llena de turistas por donde nunca pude ver el sol meterse, me curó el alma. Tengo fotos no tan importantes en la memoria de mi celular pero muchas otras fotografías en mi memoria personal de instantes a los que no podría ponerles nombre. 

Los escritores vivimos de momentos que nos pusieron la piel chinita, aunque la mayoría de las veces esas momentos no nos pertenecen; nos los regala el destino para compartirlos. Esta vez fallo un poco a mi enmienda porque no han llegado las palabras exactas para describir tanta magia. Adéu Barcelona, fuiste maestra grande, intensa y enigmática. 

PS: Una vez más subraye en mi fiel Moleskine esa frase que hace un par de veranos me invente.  Los viajes, las buenas compañías y los malos tragos que te da la vida, son los mejores maestros que podemos encontrar.

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