Hablando de hombres necios que poco merecen ser mencionados, en uno de sus tratados más famosos sobre las mujeres, Arturo Schopenhauer dicta:
“Solo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia, ni a los grandes trabajos materiales. Paga su deuda a la vida, no con la acción, sino con el sufrimiento, los dolores del parto, los inquietos cuidados de la infancia; tiene que obedecer al hombre, ser una compañera pacienzuda que le serene. No está hecha para los grandes esfuerzos ni para las penas o los placeres excesivos. Su vida puede transcurrir más silenciosa, más insignificante y más dulce que la del hombre, sin ser por naturaleza mejor ni peor que éste…”.
Tal parece que este hombre no se topó con una mexicana en su vida. Por la sentencia de sus palabras asumo, con poca humildad, que este ser nunca escuchó un discurso de Elvia Carillo, jamás leyó un poema de Sor Juana Inés o quizás nunca se topó con una galeria de María Izquierdo.
A este hombre, nacido en la desaparecida Prusia, le hizo falta conocer a María Felix e intentar obtener de ella una mirada de respeto; se perdió por completo de una actuación de Katy Jurado o de tomarse un café con Antonieta Rivas.
Este hombre -insisto en no llamarlo por su nombre por ser solo uno más del reverendo montón de pseudo intelectuales que protegen su diminuto miembro minimizando el cuerpo que lo trajo al mundo-no tuvo la suerte de conocer a mi abuela, que sacó adelante a seis hijos sin otro apoyo que el de su fuerza de mujer, el mismo que la levantó de la cama cuando perdió al único hombre que en verdad la amó, su hijo mayor.
Tampoco tuvo la fortuna de toparse con mi madre, que sí que tiene madera para las grandes penas y la sonrisa más bella del mundo para los placeres excesivos. No tuvo una hija como mi hermana, que jamás ha pasado por la vida ni silenciosa ni insignificante.
A las mexicanas nos corre pasión en las venas, llevamos alcatraces cual coronas y vida en nuestros vestidos. Heredamos caderas anchas que se mueven con mariachi o al son de la tambora. Nos levantamos de las cenizas con la piel dorada y nuestras frentes como nuestros pechos, firmes, y una virgen morena en el medio.
Mi mente femenina, como la de Rosario Castellanos, se siente por completo fuera de centro cuando tratan de hacerla funcionar con normas dedicadas para mentes masculinas. Sin embargo, bien nos enseña nuestra madre que puede ser el gallo el que canta, pero es la gallina la que pone los huevos.
Qué saben los hombres del mundo cuando nunca han estado con una mujer de cabello abundante, no saben ellos que el tequila lo tomamos derecho y los besos los pedimos dobles. Somos todas hijas de Adela, la de la canción, que dicen que ademas de ser valiente era bonita… ¡Y vaya que era bonita!
PS: Con todo lo grande que es la cultura mexicana a mí no me cabe la menor duda de que sus mujeres somos el mayor tesoro nacional.
