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Y entendí lo que era desvestirse sin quitarme la ropa.

Y yo en su guarida, un poco famélica, mientras él conversaba acerca de Italia y Caravaggio, me sentía como la Magdalena penitente de Donatello. Nunca le había besado tanto las manos a un hombre, tampoco recuerdo el nombre de muchos hombres más buenos que él. Cuando él hablaba de arte yo hablaba de cosas tristes, cuando él hablaba de cosas tristes yo hacía preguntas tontas.

Creo que éramos un par de cuerpos que no le tenían miedo al vacío, los dos rotos, nos habían abierto el pecho y hablábamos, hablábamos como si hablar fuera un ungüento para nuestro mal. Yo descansaba en sus piernas y él jugaba con mi pelo; él recordaba al amor de su vida y yo pensaba en voz alta. Mis pestañas se adormecían y mis manos bailaban siguiendo sus cicatrices.                                                 La ternura nunca antes me pareció un mal tan necesario.

No pude dormir bien pensando en el fantasma que guardaban esas paredes. La imaginaba ahí, deambulando sonriente y segura, a su lado menos visible, la sombra del hombre que él nunca volverá a ser.

Cuando el sol hizo presencia lo escuché bromear sobre la importancia de los detalles, de lo mucho que le gustan, y no me atreví a confesarle que me obsesionan, que me persiguen. Que no olvido el color exacto de las sábanas ni la sutil manera en que esquivó el último de mis besos. Entre su risa y mi constante queja del olor a cigarrillo que guardó mi pelo, le conté un par de secretos y me enteré de que sus miedos los convierte en puentes obscuros, que cruzarlos no es en este momento una opción. Pienso en la dicha de poder estar cerca el día que decida quemarlos y ser una observadora silenciosa de la luz que ese fuego pueda llevarlo por nuevos caminos.

Me volví fría con lo caliente del café y la intimidad se vistió un poco incómoda. -No funcionaría nunca-, me dije cuando ignoró su teléfono que sonó por onceava vez. A él le gusta llamarme pequeña, y yo quiero verme grande.

Camino a casa bebí agua dulce que caía de mis ojos, me brotaba la ternura, la nostalgia, el desamor. Recordé una frase de su libro favorito, de ese que no comprendo el por qué de tener tomos repetidos: «La ansiedad del enamoramiento no encuentra reposo sino en la cama.»

 

Ps: Creo que descubrí a mi amante favorito, uno que nunca me ha visto desnuda… O por lo menos, no sin ropa.

 

 

 

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